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Fragmento de: Raidho. Un viaje con los vikingos, Núria Pradas
Con la voz aún más temblorosa, mientras las rodillas se le doblaban y los dientes le castañeaban, Víctor preguntó:
–¿Es una bruja, verdad?
Eiríkr le propinó un codazo en las costillas.
–La magia vive en mí –dijo, respondiendo directamente a la pregunta de Víctor, a quien por supuesto había oído–; puedo leer lo que va a suceder tan bien como lo que ya ha sucedido. Todos me temen porque transformo la materia viva en mis galdrars. Incluso Odín, el padre de los dioses, necesita de mi sabiduría.
–Vale... –murmuró Víctor, que no había entendido nada de nada. Pero que estaba, eso sí, muy impresionado.
–¡Mírame! –gritó imperiosamente Gróa.– Tus ojos están faltos de la luz que necesitan para andar por el mundo.
Gróa se arrodilló y empezó a canturrear una especie de salmo cerrando los ojos. La cara se le transformaba, irradiaba luz. Asgerd, Eiríkr y Víctor estaban ahora aterrorizados. Sin darse cuenta, Víctor y Asgerd se cogieron de la mano.
Súbitamente, la völvase puso a gritar y señaló los ojos de Víctor con el bastón:
Instintivamente, el chico cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo...
–¡Toma ya! Jolín... Esto es... esto es mejor que el láser. Lo veo todo perfecto. ¡Veo de maravilla! Esta... lo que sea, me ha operado en un pispás.
Sin soltar la mano de Asgerd, Víctor se adelantó hacia Gróa para darle las gracias. Pero aquella mujer lo sabía todo, porque antes de que él pudiera pronunciar una palabra dijo:
–No hay de qué. De poco hubieras servido con aquellos ojos tan rudimentarios.
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