6.º Secundaria

Prueba de velocidad lectora 3

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Fragmento de: Pasión por la verdad (San Agustín), Miguel Ángel Cárceles

Agustín lee con avidez.

–Perdona, Alipio –se disculpa Agustín mirando a su amigo–. ¡Esto está emocionante!

–Tienes los ojos al rojo vivo.

–Y el alma en paz.

–¿Qué libros son ésos?

–De filosofía. Los escritos de Plotino. Hoy mismo, gracias a él, he hecho un trascendental descubrimiento.

–¿Cuál? –pregunta Alipio intrigado.

–Que Dios tiene naturaleza espiritual, es decir, que no tiene cuerpo.

–Entonces, ¿no es materia sutilísima, como afirmaba Manes?

–No. ¡Con qué fanatismo defendí esta tesis y cómo me arrepiento ahora! ¡Cuánto daño he hecho a algunos, llevándolos al maniqueísmo!

–Entre los cuales desgraciadamente me encuentro yo –suspira Alipio–. Entonces...

–Pero, Alipio; hay algo más. Nuestra alma, espiritual e inmortal, puede conocer su existencia. Así lo afirman estos filósofos.

–¿Cómo puede el hombre conocer que Dios existe?

–Por sus huellas.

–Pero, ¿dónde están las huellas de Dios, si es un ser espiritual, que no tiene cuerpo? –pregunta hecho un verdadero embrollo.

–En ti. En mí. En los animales. En todas las cosas creadas.

–Pues...–susurra Alipio, definitivamente perdido.

–Ven –le pide Agustín acercándose a la ventana de su estudio–. Observa el polvo de la calle. ¿Qué ves en él?

–¡Huellas!

–¿De qué son esas huellas?

–De personas, caballos, ruedas de carro...

–¿Por qué lo sabes?

–Porque descubro sus pisadas, la herradura de los caballos y...

–Alipio, amigo mío –interrumpe Agustín, gozoso–, Dios ha pasado antes que nosotros por este mundo lleno de belleza. Más aún, Él mismo lo ha creado. Somos los deshechos de Dios. Sus huellas. A nosotros corresponde descubrir sus pisadas. ¡Sus pisadas de amor!

–Es bonito lo que dices. Pero, ¿por qué sabes que son pisadas de amor?

–Por deducción. Y, si me apuras, por propia experiencia. Aún recuerdo cuando iba a nacer Adeodato. Flora y yo preparamos todo lo necesario para recibirlo: cuna, ropas... ¡su hogar! Y antes que nada, preparamos nuestro corazón. Empezamos a amarlo antes de que naciera. Cuando supimos que estaba viviendo en el vientre de ella.

Agustín mira a su amigo con una sonrisa de triunfo. En los ojos de Alipio, limpios y transparentes, se descubre fácilmente lo que piensa.

–Eso mismo ha hecho Dios, ¿no es así? –manifiesta Alipio.

–Exacto.


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