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Fragmento de: Tigre, tigre, Lynne Reid
Los dos cachorros de tigre, correteando en la maleza de la jungla cerca de su guarida, aguzan el oído.
Mientras juegan solos, siempre están atentos por si vuelve su madre. Pero estos sonidos no son los que ellos quieren oír. Son extraños y alarmantes. Golpes fuertes, entrecortados, retumbo y repiqueteo –hachazos para abrirse camino–, pisoteo de tallos verdes. Y voces. No voces de animales, con las que están familiarizados. Éstas son voces ajenas a la jungla. Y, cuando comienzan otros sonidos, los sonidos que componen el telón de fondo constante y reconfortante de las vidas de los cachorros, se callan.
Ellos miran a su alrededor, inquietos. Algo se aproxima. ¿Dónde estará su madre?
Mientras la avalancha de ruido se sigue acercando, por encima de sus cabezas se oye de pronto un chirriar enloquecido. Miran hacia arriba, y ven la confusión de colores y los movimientos asustados de una bandada de pájaros que levanta el vuelo, perturbando a las hojas de los árboles.
A continuación, grupos de monos huyen agarrando las ramas de los árboles, parloteando y chillando aterrorizados.
Es una señal. Los animales que habían permanecido escondidos salen de repente a la luz. Los cachorros, no muy lejos de ellos, ven a un ciervo que se va enganchando torpemente en los árboles. A mayor distancia, oyen a un elefante trompetear la voz de alarma. Criaturas más pequeñas escapan, invisibles pero audibles, por entre la maleza. Cada sonido que oyen parece estar apremiándolos a salir corriendo. Pero ellos no lo hacen. El instinto de fuga choca con lo que les ha enseñado su madre: que tienen que quedarse junto a la guarida, donde ella pueda encontrarlos.
Se agazapan juntos, manteniéndose bien pegados al suelo. Hay una breve pausa. Luego, de pronto, la hilera de cazadores se abre paso a través de la espesura e irrumpe en el pequeño claro de delante de la guarida.
El cachorro más grande ahora intenta correr, pero ya es tarde.
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