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Fragmento de: Otoño azul, José Ramon Ayllón
Está ante el tonto de la clase o ante su líder natural. Líder, tonto o capullo, parece que le gusta provocar. A ver qué haces ahora, guapa. ¿Qué hago? Pase lo que pase, conservar la calma. Y, si es posible, la sonrisa. Que toda la procesión vaya por dentro.
–Veo que hay buen nivel en esta clase. ¿Conoces la poesía renacentista española?
–Por supuesto.
–Hay un poeta famoso por unas coplas a la muerte de su padre...
El muchacho permanece en silencio y taladra a la profesora con una mirada extrañamente dura.
–¿Sabes su nombre?
Sus compañeros le animan sin palabras. En sus caras se leen las ganas de jolgorio a costa de la novata. Vamos, colega, tienes que mantener el desafío. Al cabo de una larga pausa, el muchacho se relaja y responde.
–Bueno..., su padre se murió y él lo sintió muchísimo.
–¿No se llamaba Jorge?
–Creo que sí.
–Muy bien. ¿Y se apellidaba?
–Supongo que Valdano.
La clase ya es un circo y Sofía quiere rendirse. Reconoce que está haciendo el ridículo ante un agitador profesional. ¿Se irá del aula con un portazo y amenazas? ¡Claro que no!
Eso sería perder los papeles, reconocer abiertamente la derrota. Además, con esa táctica del avestruz, dejaría claro que es muy vulnerable, y sería el principio del fin. Sofía prefiere otorgar otro sentido a este pulso. Bien puede imaginar que el agitador veterano y la profesora novata han entendido perfectamente sus papeles y los están bordando. Se podrían odiar a muerte el primer día, pero en realidad se miran con simpatía porque, sin buscarlo, se han visto ambos haciendo teatro, interpretando una comedia ligera en el inicio mismo del duro comienzo de curso.
–Por cierto, Unamuno, ¿cómo te llamas?
–Nacho.
–Pues encantada de conocerte, Nacho.
–Gracias. Igualmente.
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