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Fragmento de: Calcetines, Félix Jiménez Velando
Ahí estaban todas las muñecas de Eva: grandotas, chiquitas, flacas…, pero con grandes cabezas y ojos inmensos. Y la muñeca que caminaba, toda vestida de rojo, hasta con una capucha roja en la cabeza. Tol se acercó a ella y comenzó a quitarle la ropa. Un saquito protestó:
–¿Qué haces, calcetín loco?
–Me llevo a la muñeca –respondió Tol.
–¿A la muñeca? –protestaron sus zapatitos rojos–. ¡La muñeca es nuestra, no puedes llevártela!
–Tengo que hacerlo –dijo Tol–. La necesito para salvar a mi hermano, que está fuera de la casa.
–¿Fuera de la casa nuestra muñeca? ¿Con un calcetín loco? ¡Estás soñando! ¡Nunca vamos a ir fuera sin los humanos!
Entonces Tol encontró lo que había estado buscando: el botón que ponía en marcha a la muñeca que caminaba.
–¿Y cómo lo van a impedir?
Pulsó el botón y la muñeca empezó a moverse. Caminaba como un robot, sí, pero caminaba. Y entonces, toda su ropita, asustada, comenzó a desabotonarse. Como por arte de magia, en unos segundos, del vestuario de la muñeca solo quedaban unos zapatitos rojos y sus calcetines.
Tol se enrollaba en el cuello de la muñeca como si fuera una corta bufanda multicolor, entraron con ella en la habitación de Bruno. Cuando llegaron frente al ropero, Tol gritó:
–¡Me voy! Si no vuelvo, hasta siempre.
Sí, había llegado el momento de la verdad.
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