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Fragmento de: En busca del río sagrado. Las fuentes del Nilo, Philippe Nessmann
El capitán John Hanning Speke aguardaba en el umbral de la puerta. Lanzó una mirada inquieta hacia la sala que se llenaba cada vez más.
Aquel lunes 22 de junio de 1863, en la Sociedad Real de Geografía había una multitud. En la mayor de las salas se había levantado un estrado con unas mesas alineadas y cubiertas por manteles. Un gran mapa de África se había colgado de la pared, con todas las indicaciones dadas por el capitán Speke referentes a los lagos y al Nilo. Decenas y decenas de sillas se habían colocado ante el estrado. Ya no quedaba casi ninguna libre: los geógrafos, los periodistas, los hombres y las mujeres de la alta sociedad las habían tomado al asalto. Eso era lo que más preocupaba al explorador: toda esa gente. Detestaba hablar en público. Prefería, con mucho, un cara a cara con un rinoceronte colérico.
Pero no tenía elección: desde que había mandado el telegrama desde África anunciando su victoria, todo Londres esperaba verle y escucharle.
Sir Roderick Murchison, de pie detrás del estrado, le indicó por signos que se acercara, y también a Grant.
–Señoras y señores, les presento al capitán Speke, a quien debemos el descubrimiento de las fuentes del Nilo, uno de los más hermosos éxitos de la geografía británica, y a su compañero de expedición, el capitán Grant. ¡Pido que les recibamos triunfalmente!
–Señor presidente, señoras y señores, me complace estar hoy aquí entre ustedes para hablarles de...
Y les habló de la expedición, del trayecto, del lago Victoria, de los ríos que se vertían en él, de los que de él salían, de las dificultades debidas a las guerras, de los tiranos sanguinarios y los reyes humanistas, de los extraordinarios animales africanos...
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