Esta prueba es anónima y no guarda resultados.
Para acceder a las pruebas asignadas por tu profesor,
debes iniciar sesión e ir a Mi espacio.
Fragmento de: El misterio de la calle de las Glicinas, Núria Pradas
Al cumplirse un mes de la desaparición de Marc, Elena se hundió. Aquello era una agonía. A veces se sorprendía pensando que hubiera preferido que Marc estuviera muerto. Al menos, así sabría dónde estaba, se habría podido despedir, podría llevarle flores a la tumba. Pero cuando Elena tomaba conciencia de esos negros pensamientos, sacudía la cabeza de lado a lado para ahuyentarlos. Marc estaba vivo. ¡Seguro que estaba vivo! Pero, ¿dónde? ¿Por qué había desaparecido así, de repente? Quizá en esos momentos, mientras ella lloraba por él, él sufría, o se encontraba solo, perdido... Pero, ¿por qué? ¿por qué? Dios mío, ¿por qué él?
Elena paseaba, nerviosa, arriba y abajo de la habitación. Parecía una fiera enjaulada. La pena y la impotencia se mezclaban y la convertían en un manojo de nervios. No podía acudir a la policía; siempre que el inspector jefe la veía, se escondía, y si no le daba tiempo a esconderse, se la sacaba de encima con palabras amables pero vacías. Tampoco quería volver a la casa de Marc. Estaba muy dolida por cómo la habían tratado los padres del chico. Porque, si bien era cierto que la relación con Marc no era formal –hacía solo seis meses que salían–, eso no justificaba que la ignoraran, que la despreciaran, como si solo ellos tuvieran la exclusiva de sufrir, como si solo ellos lo amaran.
Claro que con Guille era otra cosa... ¡Guille!
Elena se abalanzó hacia el teléfono, decidida a hablar con Guille, el hermano de Marc. Si contestaba la madre o el padre, colgaría.
–Sí, ¿diga?
–¿Eres tú, Guille?
–Sí. ¿Eres Elena?
–Guille, escúchame... Tenemos que hablar.
–Elena, ¿qué pasa? Estás muy nerviosa. ¿Sabes algo de Marc?
–No, pero tengo una idea. Y no puedo seguir ni un minuto más así.
–¿Así? ¿Cómo?
–De brazos cruzados.
© 2009-2023 Editorial Casals S.A.
Aviso Legal |
Mapa web |
Créditos