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Fragmento de: El hada Roberta, Carmen Gil Martínez
Por la noche Lucía había soñado con un hada regordeta y pelirroja que se colaba por su ventana. Todavía adormilada, se sentó en el borde de la cama, se colocó las zapatillas, vio un pequeño bulto rojo sobre el edredón y...
–¡Aaaah!
Un momento: ¡lo del hada no había sido un sueño! No, no, ni hablar. Allí, a los pies de la cama, dormía a pierna suelta Roberta con cara de felicidad.
–¡Aaaah! –volvió a gritar la niña. Y esta vez lo hizo tan fuerte que el hadita, asustada, se incorporó de un salto.
–¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Dónde hay fuego? Que no cunda el pánico. Los niños y las hadas, primero.
Lucía se acercó a Roberta y la tocó con su dedo índice, dándole de nuevo un buen empujón.
–¡Ay! ¿Otra vez? Mira, como vuelvas a empujarme, preparo las maletas, me monto en el primer vuelo con destino a Cancún y que te haga de hada madrina una pareja de la policía.
–Lo siento, Roberta, no quería hacerte daño; ¡creía que eras un sueño!
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